En la tardanza está el peligro: Egolatría, Antropocentrismo y Cambio climático.
Me
sorprende enormemente la miopía de nuestras sociedades a la hora de
discriminar lo importante de lo superficial. Me inquieta la facilidad
que demuestran nuestras comunidades humanas en la pérdida de
atención sobre los temas fundamentales de su supervivencia, en favor
de asuntos menores, impropios de estos tiempos de urgencia. Lamento
la eficacia de la propaganda, que nos hace retirar la mirada cabal
hacia el estímulo interesado de los vendedores de humo.
Nos
ofrecen “baratijas”(como son el circo de pulgas que nos presentan
los noticieros hegemónicos) a cambio de las “joyas” que
suponen nuestras capacidades transformadoras y nuestra intuición
acerca de la necesidad del cambio de rumbo, como especie.
Joyas
por baratijas. La técnica de engaño usada en los siglos XV y XVI
para someter a aquellas habitantes de América se nos aplica a todas,
perfeccionada. Por cierto, espero que no esperen más en practicar la
rebeldía de cambiarle el nombre a ese continente, nombre impuesto
por la codicia. Cada vez que pronunciamos América renovamos el
poder europeo. La palabra tiene fuerza y cada vez que se pronuncia
actualiza su significado. Llamar al pico más alto del mundo Everest
renueva el colonialismo británico de Asia. El acto de renombrar un
pico que ya tenía nombre es un auténtico ejercicio de tiranía
desde los impositores del nombre...y de ignorancia por parte de los
que lo pronunciamos. El nombre Everest es, simplemente, el apellido
de un hombre, en este caso el de un funcionario de un imperio
invasor. En nepalí el nombre de la montaña es “Sagarmata”, que
viene a ser algo así como “el techo del mundo”, en tibetano
“Qomolangma”:“La madre del mundo”. Yo no sé ustedes, pero a
mí me suena más culto, más sincero y más justo, “La madre del
mundo” que Everest.
Hay
que sacudirse la parte casposa de la historia y no repetir patrones,
que nos impedirán ser libres para la toma de decisiones inmediatas
que nos exige el momento vital histórico.
Infinidad
de especies animales vegetales tienen, en su nomenclaturas
científica, el nombre de investigadores, descubridores (atención:
descubrimientos para la ciencia, que para las personas que conviven
con estas especies están más que descubiertas),
personalidades,...Esto supone un claro ejercicio de antropocentrismo
y compadreo, en el que el homenaje a los colegas expone, para los
observadores externos, cierta contradicción científica ( recordemos
que la ciencia nace como herramienta liberadora y universalista).
Géneros de plantas de China, India, Australia,...como Darwinia,
Cunninghamia, Dicksonia,... o específicos lawsoniana,
menziesii, jamesonii, ... invisibilizan los saberes locales y
catapultan el conocimiento académico imperial como saber único y el
egocentrismo como motor del saber. Pero no nos cerremos en lo
británico, en nuestro país tenemos algunos ejemplos como Lacerta
agilis garzoni, Iberocypris palaciosi, Lepus castroviejoi,
especies o subespecies dedicadas en vida a conocidos científicos
españoles, paso previo necesarios para el alcance de la
inmortalidad.
Ese
“umbilicalismo”(ahí va una palabra inexistente que puede
significar: “mirarse al ombligo”) es una manifestación práctica
de la egolatría, origen del desastre. Si no “descentralizamos” a
nuestra especie no habrá especie.
Esta usurpación de las entendederas y ese colonialismo egocéntrico
se construyen ambos con nuestra aquiescencia. Y son ellos los que nos
están haciendo continuar participando del vals en el salón de baile
del crucero transatlántico Titanic mientras el barco se está
escorando, con capitanes y tripulación entre los sonrientes e
inconscientes danzantes.
Joyas por baratijas. Baile por supervivencia.
En efecto, la nuestra es una cuestión de supervivencia.
El barco se descompone. Paso a describirles una vía de agua más,
vista desde la atalaya agro-ambiental.
Alexander
von Humboldt (1769-1859) fue, entre otras cosas, un destacado
geógrafo y naturalista. En una escala que efectuó en Tenerife en un
viaje científico hacia América, observó, gracias a la geografía y
el relieve de la isla, cómo la vegetación natural se agrupaba en
comunidades complejas de especies ecológicamente afines. Pero,
además, comprobó cómo esas comunidades se iban sustituyendo por
otras diferentes en función del ascenso al pico Teide. Se trataba
del fenómeno de los “pisos bioclimáticos”, que muestra una
regla que se repite en todo el planeta: la sucesión de comunidades
vegetales por causa de la altitud. Bien, resultó que este fenómeno
también se observa cuando se cambia de latitud. Así hay una
sustitución de comunidades vegetales cuando se viaja a lo largo de
los meridianos análoga a la derivada del cambio de altitud. Valga
como grosera simplificación esta imagen: si usted camina desde la
costa tinerfeña hasta la cumbre del Teide va a atravesar distintos
tipos de formaciones vegetales: Laurisilva primero, pinares después,
matorrales más arriba y pastos alpinos por encima, hasta llegar a la
roca desnuda del pico. Un viaje desde los 0 metros sobre el nivel del
mar a los 3.718 metros. Algo parecido ocurre si viajamos desde el
ecuador atravesando el trópico de cáncer hacia el círculo polar
ártico. Vamos a ir atravesando “pisos bioclimáticos” en los que
habrá un parecido entre las comunidades vegetales del ecuador con
las del borde del mar canario y se irá desplegando esa similitud
hasta llegar a la ausencia vegetal que comparten el pico Teide y el
círculo polar ártico. (al margen de otras peculiaridades climáticas
o geográficas, como desiertos, masas de agua,...).
Este
fenómeno de los pisos bioclimáticos está influido por condiciones
físicas como son las temperaturas y las precipitaciones. Resulta que
al aumentar la altitud de la montaña, como regla general, las
temperaturas bajan, igual que ocurre cuando viajamos hacia el polo
norte, (si nos encontramos en el hemisferio boreal). Así cuanto más
alto nos encontramos más frío hace y cuanto más al norte más frío
también.
El
asunto que nos trae aquí es que se están observando indicios de un
desplazamiento de esos “pisos bioclimáticos” hacia el norte en
nuestro hemisferio. Esta observación es de una importancia capital
para nuestra vida. Ese desplazamiento transforma todo el sistema de
relaciones con nuestro territorio e inevitablemente altera nuestro
actual estilo de vida.
En
la península ibérica hay datos para creer que el piso más templado
(termomediterráneo) está desplazando al siguiente
(mesomediterráneo), que a su vez está empezando a ocupar al
supramediterráneo, y así sucesivamente. En esta dinámica, las dos
grandes regiones bioclimáticas ibéricas (la mediterránea y la
eurosiberiana, esta última propia del tercio norte) pueden estar
sufriendo una transformación en la que la región eurosiberiana
sufriría una “mediterranización” y un desplazamiento hacia el
norte de sus distribución, lo que se traduciría en su paulatina
desaparición, toda vez que más al norte ya está el mar cantábrico.
El
diagnóstico parece acertado.
En
la agricultura tenemos una herramienta excepcional que nos
proporciona una luz de alarma rápida para observar estos cambios.
Recordemos
que la agricultura se practica con especies vegetales que en más de
un 90% no son originarias de nuestras latitudes. Entonces hubo que
buscar los parajes idóneos (con climatología y suelos apropiados)
para que esas especies extranjeras pudieran prosperar, o bien tuvo
que ser inevitable cubrir las necesidades de cada especie con
cuidados extraordinarios (por ejemplo riegos, o enriquecimiento de
suelos). También con el paso del tiempo se produjo una adaptación
de variedades que hoy llamamos autóctonas aunque las especies fueran
foráneas ( la patata andina, el castaño caucásico o el naranjo
chino son ejemplos de especies que si bien fueron importadas ahora
cuentan con gran cantidad de variedades locales).
Así
los cultivos “tradicionales” aunque basados originalmente, como
acabamos de ver, en material genético alóctono, han acabado siendo
vocacionales, esto es, adaptados a cada comarca.
Cualquier
cambio bioclimático se detectaría en cuanto se apreciaran síntomas
o signos de inadaptación de estas especies y variedades. Tenemos
cientos de comarcas, tenemos cientos de “estaciones de detección”.
Pues
bien, ya ha ocurrido, ya está ocurriendo.
El
almendro ya encuentra dificultades para desarrollarse en el piso
termomediterráneo, por el desplazamiento que se encuentra sometido
por el inframediterráneo, cercano a las condiciones desérticas.
El
roble melojo propio del meso-mediterráneo extremeño está
desplazándose hacia altitudes mayores, mientras la encina va
ocupando su espacio. Entre tanto que las especies cultivadas
inicialmente vocacionales de este piso (cerezos y castaño) van
perdiendo su óptimo ecológico.
Frente
a esta realidad tenemos varias opciones.
La
primera es ignorar el cambio que está habiendo y mantener las
especies de cultivo. Para ello solo queda cambiar los limitantes de
dicho cultivo. Habrá que regar las especies que eran de secano
(Olivos, almendros, cerezos, castaños...). Esto exige grandes
cantidades de energía y recursos, todos limitados. Una auténtica
huida hacia adelante, socio-ambientalmente suicida.
La
segunda es entender que, igual que unas comunidades vegetales
silvestres están sucediendo a otras, hemos de abandonar el cultivo
de especies que empiezan a estar fuera de su óptimo ecológico por
otras que puedan empezar a estarlo. Fijarnos cuáles son las especies
propias del piso inferior y empezar a aceptarlas en nuestro espacio
de bioclimatología alterada. Habremos de cambiar nuestras especies
cultivadas, nuestras técnicas de cultivo, nuestras especies
ganaderas, adaptándonos a un territorio cuyas condiciones se
encuentran en evolución. Habrá que ir renunciando a los elementos
productivos actuales de cada comarca e ir introduciendo los propios
del piso que se acerca.
La
tercera es viajar con nuestro piso bioclimático, y así
acompañarle en su viaje al norte para poder seguir cultivando lo que
estábamos haciendo. Esto, seguramente lo más razonable, no está
muy bien visto. Fíjense que mal aceptamos a las personas migrantes,
pero tampoco toleramos a animales y vegetales de nueva presencia, que
siendo emisarios representantes de ese cambio, enseguida llamamos
especies invasoras(!¡). Esta opción, además, pone en entredicho el
valor de la propiedad privada, que nos encadena a un espacio que con
el tiempo será improductivo, inhabitable, pero...mío! (me recuerda
el síndrome Smeagol-Gollum, de Tolkien).Si nos quedamos quietos más
o menos lentamente irán pasando sobre nosotros uno tras otro todos
los pisos bioclimáticos, hasta que vivamos en la aridez extrema.
En
mi pueblo dicen “En la tardanza está el peligro”. Podemos seguir
bailando, ignorando el cambio o podemos actuar, adaptándonos o
moviéndonos. Nos toca elegir.
El
despiste es una estratagema. No podemos permitírnoslo, es un asunto
de supervivencia.
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