Caza y machos.
Uno de esos
“conocimientos” tópicos incorporados desde la infancia en
relación con la historia de la humanidad es que las comunidades de
menor impacto ambiental, las de tipo paleolítico (independientemente
de los momentos temporales o geográficos en que se produjeran)
estaban constituidas por las Sociedades de
Cazadores-recolectores. La caza
suponía una actividad principal frente a una complementaria tarea
recolectadora. La propia denominación establece este juicio y
potencia esa asimetría.
Hace algo más de
30 años (da un poco de lástima reconocer cuánto tiempo llevan las
cosas importantes estando escritas, igual que la necesidad de
rescatarlas) Riane Eisler escribió un ensayo sobre el papel
de la condición sexual en el desarrollo de la humanidad: “El
cáliz y la espada”. Aquí anticipó que la visión que hasta
entonces teníamos de dichas comunidades humanas parecía ser
errónea. Ella interpreta que estas sociedades eran más bien de
Recolectoras-cazadores. La palabra “Recolectoras” la
escribo intencionadamente con mayúsculas y en femenino, mientras que
“cazadores” se lee en minúscula y masculino.
La aportación de
la caza en la dieta de la sociedad de Recolectoras-cazadores parece,
en realidad, menor. Las partidas de caza abandonaban el poblado
durante períodos de tiempo largos. Hasta obtener el éxito venatorio
la partida consumía productos procedentes de la recolección y, una
vez consumado, los cazadores ingerían grandes cantidades de carne de
la pieza. Durante la vuelta se alimentarían también de lo
capturado, que iría mermando en función de la distancia. De modo
que la población expectante se beneficiaba de lo restante que,
después de todo, bien podía haber quedado en cosa poca.
Así, la
importancia de la caza en la economía real debe haber estado
sobrevalorada.
Quizás sea éste
otro buen momento para poner en duda la creencia, más que
conocimiento, que defendía que la actividad cinegética (efectuada
por hombres) tuvo una importancia troncal para la subsistencia y
desarrollo de nuestra especie frente al complemento recolector
(realizado por mujeres).
¿Porqué entonces
se impone ese protagonismo de una tarea eventual sobre la actividad
regular, en este caso respecto de obtención del alimento?¿Por qué
ese prestigio de la práctica de la caza frente, por ejemplo, a la
recolección de espárragos o setas?
La manera de
“entender la realidad” es una construcción mental (igual que la
manera imperante que nos indica cómo tenemos que “construir el
conocimiento”). Esta construcción es cultural, es decir, es
aprendida por cada persona. Y cada modelo de entendimiento
(cosmovisión) se extiende, precisamente, debido a la capacidad del
aprendizaje. Esa construcción mental originalmente nace como la
herramienta de creación del sistema de certezas personales y
relaciones socio-ambientales. Pero dicha herramienta, y aquí
está la cuestión, puede pasar a transformarse en un objetivo,
como es la
reafirmación de privilegios de una clase o un grupo
determinado. Conseguido esto, además, por mecanismos lamentablemente
simples.
La
construcción de la cosmovisión
patrista (patriarcal y patrilineal,
según la terminología de Riane
Eisler) ha
sido posible gracias a la aplicación de ese
método-objetivo. Este
método no ha sido otro
que determinar cierta
manera de “entender la realidad” por parte
de cada
individuo. El objetivo,
implacable e interesado,
de instalar lo masculino como preferente
se acepta
gracias a una educación sesgada y
propagandística.
Este es el
modelo patrista en
el que se
apoya, con vigencia evidente, nuestra historia y nuestro presente.
La caza, así, se
constituye en una actividad representativa de la supremacía social y
económica del género masculino cuando, como se ha visto,
seguramente nunca fue otra cosa que un símbolo. La caza es el juego
en el que los machos se otorgaron la importancia.
La montería es la
modalidad paradigmática de ese símbolo. Ahí se reúne un elenco
numeroso de representaciones simbólicas de dominio y desdén hacia
el mundo de lo vivo, de superioridad y de hombría.. Potentes
vehículos todo terreno de gran cilindrada, armas de fuego efectivas
y precisas, abundante comida y no menos abundante bebidas de alto
grado alcohólico, “piezas abatidas” (según el tecnicismo
cinegético el animal se ha quedado en una “pieza” ) y primates
superiores de cara a la cámara con aires orgullosos (una imagen
análoga a
aquella del
gorila que golpea sus pectorales alternativamente con los puños),...
El desparrame de
contaminantes como el plomo por la geografía española, el
despilfarro de combustibles fósiles vinculados a una
actividad de ocio, como la ineficiencia
energética que implica utilizar máquinas todo terreno
para transporte de personas habitualmente hasta el extrarradio de un
pueblo, el consumo prescindible de materias primas derivado de
la industria de armas y munición...son otras consideraciones que,
siendo injustificables ambientalmente, no son el objeto de la
perspectiva que pretende dar este escrito, que tantea el fenómeno de
la caza como concepto antropológico. Aunque son impactos que
deberían ser evaluados toda vez que somos suficientemente
conocedores de los límites de las reservas planetarias de materias
primas, de la vulnerabilidad de los sistemas naturales de
restablecimiento de los daños, de la alteración de la dinámica
climática,...
Tampoco pretende
este texto analizar la justificación moral de utilizar la muerte
como objeto lúdico, ni evaluar las consecuencias irremediables de
este juego cuyo fin es producir muertos,
y un muerto es siempre un muerto definitivo. Esto de la muerte es lo
que tiene, que ni es reversible ni es renovable.
No es aquí donde
se ha revisado el carácter impositivo de esta actividad de ocio que
condiciona o incluso hace incompatible la práctica de otras, a
menudo productivas y profesionales.
Tampoco es aquí
donde se explicará que es absolutamente necesario el manejo de las
poblaciones de animales herbívoros silvestres con criterios
profundos, ni es el sitio en el que se verá la
descripción de los métodos razonables para su
control.
La pretensión era
únicamente identificar hasta qué punto la caza puede estar
constituyendo un baluarte más de un modelo machista que se niega a
morir y que se oculta o se enroca en actividades aparentemente
“tradicionales”.
Así que yo les
digo a nuestros convecinos cazadores: cada vez que se produce o se
defiende el hecho de la caza, en general de un modo inconsciente, se
está generando un acto político en el que se actualiza y reproduce
ese objetivo injusto e interesado según el cuál se valida la
cosmovisión patrista.
Cada vez que se
dispara una escopeta no solo se mata una pieza de caza, sino que se
mata la esperanza del desmontaje de un modelo injusto.
Es hora de ir
cambiando las ideas que nos han llevado a modelos erróneos. Tenemos
la oportunidad de desmontar el paradigma machista, con la caza
también.
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