Aprendiendo
Cuando
rompió el mango de madera del azadón, por hacer palanca hacia
arriba y no de lado (que es como hay menos riesgo de que se parta),
me miró y dijo “¡Uy, perdón!”.
Tuvo
que buscar por el monte el palo adecuado. Elegirlo, cortarlo con el
hacha y pelarlo. Rebajarlo con la azuela y repasarlo con la escofina.
Probar decenas de veces hasta que pasó bien por el ojo del azadón y
se frenó a ras del extremo.
Cuando
volvió a romper el astil del azadón, por hacer palanca hacia arriba
y no de lado. Oí “¡Gilipollas!”.
En
un “chino” un astil cuesta un euro.
No
hay “chinos” por aquí.
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