Árboles, ¡No, gracias!
Casi estoy ya
acostumbrada a percibir y a clasificar cualquier objeto, fenómeno o
hecho ocurrido en el mundo dentro de dos categorías. Lo útil y lo
inútil. He sido, como todas, pormenorizadamente instruida conforme a
la propaganda ideológica del modelo sociopolítico imperante: el
consumismo. Es una perversión productivista y onerosa que deviene de
una visión materialista de lo vivo.
Una máxima de ese
materialismo referida al uso de los recursos y la naturaleza en
general, incluida la especie humana, es que “se tiene la sensación
de que se produce cuando se destruye”. A mayor destrucción más
producción. Cuando la realidad es exactamente la contraria. Ahí se
nos mezclan las dos grandes cosmovisiones del siglo XX, el
neoliberalismo y el comunismo. El primero apoyado en el materialismo
capitalista y el segundo en el materialismo científico.
La pregunta “¿Para
qué vale?” define las actuaciones del común de los ciudadanos.
Para qué vale un
viejo, para qué vale una desempleada, para qué vale lo que ya está
usado, para qué vale asociarse, para qué vale votar,...
Después del triunfo
del consumismo, la gran revolución moderna, dudo si nos quedó algo
de la cultura anterior. Suponiendo que a lo anterior se le pudiera
llamar “cultura”. Urge definir este término, que en muchas
ocasiones describe hábitos sociales habitualmente exentos de altura,
sabiduría, sensibilidad y creatividad. El fútbol es considerado
como fenómeno cultural de masas, mientras que la música clásica
también es cultura. Un poco de orden, por favor.
Traigo aquí un
ejemplo más de esa “cultura” inculta de los hábitos y de esa
búsqueda de “la utilidad” malvada.
Hace un par de años
fue talado el paseo de robles que flanqueaban la carretera comarcal
que une las poblaciones de Logrosán y Berzocana, de la provincia de
Cáceres, que atraviesa una zona de especial protección por sus
valores ambientales. El “progreso” hacía necesario ampliar la
anchura de esa carretera que une un pueblo de unos 2000 habitantes
(presenta 1/3 de la población que disfrutaba hace 40 años) con otro
de unos 400 (en este caso cuenta con solo ¼). “Todos de acuerdo.
Unos pocos árboles no pueden parar el desarrollo”.
El año pasado el
“árbol grande” del Barrado de 300 años murió como consecuencia
del envenenamiento ocasionado por la introducción de glifosato en
hendiduras practicadas a su pie.
Hay casos
innumerables en los que los árboles son eliminados porque molestan.
Molestan a particulares o molestan a lo público.
En el parque del
Retiro de Madrid vive un Ahuehuete (Taxodium mucronatum) plantado en
1630, único superviviente de la tala del parque ejecutada por las
tropas napoleónicas, gracias a que bajo él se ocultó una pieza de
artillería. Todo muy necesario, claro.
Me llama la atención
la ausencia de arbolado maduro en el entorno de las ciudades
medievales españolas (como Toledo, Ávila, Cáceres,...), que hacen
pensar que la inexistencia de árboles debía tener una explicación
militar. Los árboles dan cobijo y eso es inaceptable frente al
enemigo. No árboles, no cobijo. Lo desforestado es “tranquilizador”.
El árbol también
es una molestia para la agricultura mecanizada, eso de girar el
volante es un atentado al progreso. Y para la ganadería...”cuanto
menos árboles, más hierba”
Creo que hay una
visión compartida entre muchas de las gentes de la iberia centro y
sur, que se ha vuelto ya subconsciente a base de imponerla. El
anhelo de los paisajes libres de árboles y matorral. Esta ausencia
se vincula con el concepto “limpio”. (perversión del lenguaje
donde “limpio” significa “muerto”, o, valga este otro
ejemplo: echar herbicidas se llama “curar”, cuando debería
decirse, “matar”).
Fíjense la
trascendencia de considerar inútiles a los árboles, matorrales o
hierbas.
Nuevos tiempos
necesitan nuevas palabras. Igual que hablamos de wasap, o de
internet, debemos incorporar palabras que definan conceptos que no
están descritos.
Me invento “
Misodendría” (del griego antiguo “Misós”(odio), y
“déndron”(árbol): Dícese del desprecio, incluso odio, que se
tiene a los árboles.
El materialismo
engendra misodendría, por resumir.
Nota: Para el
funeral del Shōgun
Tokugawa
Ieyasu, una
distinguida personalidad nipona, se plantó una avenida de 65 km de
longitud con 13.000 Cedros japoneses. 400 años después todavía
puede pasearse. Espero que la Diputación de Cáceres no llegue a
tener competencias viarias en Japón.
Sublime. Un lujo pode leerlo
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